julio 29, 2024

Cine a la guerrillera en la avenida Julio Hernández  

En esta entrevista podrás conocer más sobre la vida y obra Julio Hernández Cordón, cineasta mexicoguatemalteco de reconocida trayectoria internacional en el cine de autor.
Julio Hernández Cordón y su bicicleta.

Julio Hernández Cordón pasará a la historia como un ícono latinoamericano del cine de autor. Ha rehuido, por convicción, de los obscenos presupuestos colosales que acostumbra la industria cinematográfica. Pero el minimalismo pecuniario no necesariamente resta calidad; tal condición puede ser prolífica en términos de imaginación y Julio no ha hecho más que jugar haciendo cine con lo que tenga a mano. Es cierto que la vida es un largo ejercicio de improvisación y creatividad, pero este mexicoguatemalteco lo lleva a otro nivel el nivel cinematográfico, por supuesto. Era necesario platicar con él, aprovechando su estancia en esta curiosa república. Antes de que termine su mes, damos a conocer los resultados de nuestro recorrido por la avenida Julio Hernández.  

Cuéntanos un poco de esta situación de doble nacionalidad… 

Todo lo de mi nacionalidad desemboca por mi abuelo paterno. Se llamaba Julio Hernández Sifontes; estuvo exiliado en cuatro ocasiones desde la caída de Árbenz. Debido a eso llega a México y allá conoce a mi abuela y nace mi papá. Entonces, mi abuelo y sus hijos iban y venían de México a Guatemala.  

Mi padre estudió en la Enca, la escuela de agronomía de acá, luego se fue a la Chapingo, una escuela nacional de agronomía de México, y venía de vacaciones a Guate, a visitar a sus padres, y ahí conoció a mi madre, que estudiaba Psicología en la Usac, era compañera de sus hermanas… Se enamoraron. Posteriormente mi padre se fue a estudiar un doctorado a Estados Unidos y me dio por nacer ahí, igual que mi hermano. Después de eso tuvo que irse a México a una especie de servicio social para pagar la beca con la que estudió, por eso mi infancia transcurrió en México. 

Con los años mis padres se separaron y me vine a Guatemala en el 85, estuve 12 años acá, después mis padres se reconciliaron, regresamos a México y a mis 17 años a mi padre lo trasladan a Costa Rica, y ahí viví dos años. Por eso tengo un vínculo con Costa Rica. Después vine a Guatemala, estudié Comunicación en la Landívar y después me fui a estudiar Cine a México, siempre pensando que mis historias transcurrían en Guatemala, entonces regresé aquí a hacer cine, ante cualquier lógica, porque todo mundo me comentaba que era la peor decisión regresar a Guatemala para hacer mis primeras películas. 

"Ojalá el sol me esconda" (2009).

¿Por qué decides hacer cine en Guatemala? ¿Cuál es el fondo de eso? 

Cuando estuve en la Landívar estudiando Comunicación mi maestro fue Jon Dunn; constantemente hacíamos ejercicios con mis compañeros y amigos de la universidad, y esa fue mi primera experiencia de realizar y producir, fue bastante amateur, muy de improvisar, jugar. Siempre me quedé con eso en la cabeza, que hacer cine era jugar. Cuando me voy a México a estudiar, todo se vuelve sumamente formal… Entré a estudiar Cine en el 2000, no había surgido en México la figura de Carlos Reygadas, que para mí es un antes y después en el cine mexicano. La manera que me enseñaron de hacer cine en esta escuela era muy tradicional e industrial, con cámaras muy grandes, presupuestos muy altos, con fierros, dollies, un montón de cosas. Y a mí me dio una especie de apatía; no me sentí cómodo con esa situación. Lo comparaba con los cortos que había hecho con mis amigos —cero presupuesto, robarnos locaciones, no importaba qué cámara teníamos—. Estudiando formalmente, el cine me pareció demasiado… no sé si sea la palabra correcta, pero demasiado burgués. Se necesitaba mucho dinero para poder contar una historia.  

Y también, todas las historias que se me pasaron por la cabeza eran situadas en Guatemala. Lo que hacía con mis cortos era dar esas historias a locaciones de México, con un acento y una voz mexicana. En un momento decidí regresar a Guatemala; me sentía mucho más relajado, con menos pretensión. Extrañaba lo austero… Puede sonar mediocre pero no me sentía cómodo con producciones muy grandes, con crews de más de cien personas, actores famosos, etc… Me sentí, y a veces me sigo sintiendo, fuera de lugar. Vine a Guatemala y al poco tiempo me di cuenta de que quería hacer una película y romper reglas. En nuestra primera película, Gasolina (2007), rompí, a mi parecer, muchas reglas de lo que me habían enseñado sobre cómo hacer una película: respetar los ejes, trabajar con actores profesionales… Me inspiré en dos películas latinoamericanas, La sombra del caminante, de Ciro Guerra, que hizo mientras estaba en la universidad, con una camarita, en blanco y negro, súper guerrillera, y luego Familia tortuga, de un compañero de la escuela, Rubén Lima: con el presupuesto de un cortometraje hizo un largometraje. Cuando veo estas dos películas pienso «yo puedo hacer esto; este es el tipo de cine que puedo hacer en Guatemala». 

Que en Guatemala no existiera una tradición cinematográfica también me permitía una especie de relajación… 

"Atrás hay relámpagos" (2017).

No había esa competencia… 

No había esa competencia, pero tampoco una historia que respetar, vacas sagradas. Y si con la película no pasaba nada, pues no pasaba nada. La película era tan barata que nadie se perjudicaba por su financiamiento. Y también era una especie de campo fértil porque no había reglas, ni presiones de ningún tipo.  

Con Gasolina comprendí que mi manera de ver el cine no coincidía con el cine que se esperaba en Guatemala; ahí empezó una especie de rompimiento con este encanto de lo que significaba hacer cine aquí. Me generó anticuerpos esta situación extraña, porque resultó que la película que hice escapando de México, en México gustó más que en Guatemala.  

Luego, cuando presenté Las marimbas del infierno (2010), fue muy fuerte allá [México]. Imagina, una peli que se rodó en Guatemala con todo un universo guatemalteco gana como mejor película mexicana en el Festival de Morelia. Fue una cosa muy contradictoria. Poco a poco me di cuenta de que, si quería seguir haciendo películas a mí manera, me tenía que regresar a México. Había allá un respaldo, no sólo económico, sino de cinefilia. Fue una crisis compleja la de pensar que estaba haciendo películas de Guatemala para Guatemala, pero no tenían mayor repercusión lejos de mi círculo de amigos. Lo que me sirvió de esas películas —hice cuatro en Guatemala—, fue que fueron una especie de tarjeta de presentación y un laboratorio de ideas. 

Desde un inicio supe que mi filmografía iba a ser dividida entre Guatemala y México. Todavía no me sentía cómodo de rodar en México. Yo escribí Te prometo anarquía para rodarla en Guatemala, iba a ser mi segunda película, y fui con los skaters de la época, les presenté la idea, que iba a ser una historia de amor gay entre skaters; me mandaron al carajo diciendo que jamás le iban a dar la mano a alguien y menos un beso. Entonces la historia se fue posponiendo y en un viaje que hago a México le cuento a un amigo que me dice «ah, yo te presento a skaters», me los presentó y les dije que iba a ser una historia de unos chicos que se besan y patinan, etc., y me dicen «ah, no hay pedo; cuando estamos bolos, yo me beso con mis amigos», entonces pensé que México era el sitio para hacerla.  

Terminó siendo tu quinta película… 

Sí. Las primeras cuatro se hacen en Guate. En orden cronológico, Gasolina (2008), Marimbas del infierno (2010), Polvo (2012) y Hasta el sol tiene manchas (2012), que es la película más chica y fue concebida como una carta de despedida, yo ya sabía que me tenía que ir de Guate. 

Cuando hice Te prometo anarquía estaba muy nervioso, primero porque pensé «aquí ya no tengo excusa de nada»; yo estaba haciendo películas en Guate con veinte mil, cuarenta mil dólares, y de eso paso a medio millón de dólares, que fue lo que costó Te prometo anarquía. En México era una película barata. Muchos colegas me decían «Julio, con medio millón de dólares no puedes hacer una película; acá se hace mínimo con ochocientos o con un millón». 

Gasolina costó 60 mil… Marimbas veinte mil… Que fue una película que quise hacer para disfrutar, para reírme.  La hicimos en 12 días, con cinco personas. Sabía que en Guatemala iba a ser muy difícil volver a conseguir cincuenta mil dólares, todo un suplicio, que me iba a tener que asociar con gente con la que no me quería asociar, como me pasó con Gasolina. Dije «prefiero hacer algo pequeñito y tener gente alrededor que me quiere y me cae bien». 

"Te prometo anarquía" (2015).

¿Cuál de tus películas te gusta más? 

Para mi carrera hay tres películas que son fundamentales, como mis tarjetas de presentación. Lo que generó Las marimbas del infierno a nivel internacional, fue algo que nunca me imaginé. Se hizo con cero expectativas. Con esa película estuve a punto de entrar a Cannes, en algún momento me dijeron que no se podía porque era muy pequeña. Estuvo en todas las salas de arte y ensayo, que son como las salas europeas de cine de autor, 60 salas.  

Lo que tiene de poderoso Las marimbas del infierno, es que consiguió casi lo mismo que Te prometo anarquía y Cómprame un revólver, pero Te prometo anarquía costó medio millón de dólares, y Cómprame un revólver, un millón. Las marimbas costó 25 mil y fue a la misma cantidad de festivales; ha sido la película que más premios me ha generado. No sé si es por su austeridad, pero todo el mundo la ve como con cariño y con sorpresa. También tiene algo que no suele pasar con el cine latinoamericano, que es mezclar la realidad, el humor y la música. No es una película cortavenas, a pesar de lo terrible que se está contando. 

Y lo que está detrás, la tragedia de Chiqui… [Víctor Monterroso, “Chiquilín”, protagonista de Las marimbas del infierno, fue vilmente asesinado en 2014] 

Sí, lo que sucedió después con Chiquilín… Cuando la película se compartió en el Festival de Toronto, había carteles con la foto de Bardem y al lado la de Chiquilín. ¡Ahí tengo fotos, no miento! La película con Bardem era Biutiful de González Iñárritu; dos películas mexicanas que estaban en el Festival de Toronto, entonces el Instituto Mexicano de Cine usó las fotos del protagonista de Las marimbas y de Biutiful para promocionarse.  

Chiquilín murió el día que murió Robin Williams, o sea, en todos los medios salía la nota de Williams y al lado la noticia de Chiquilín. Ganó como mejor actor en el Festival de Ícaro, la gente se enojó de cómo era posible que un actor no profesional ganara… La película tiene 14 años y no ha envejecido. 

Y con Te prometo anarquía, es una película que se volvió de culto en México. Hay gente que se ha tatuado el título.  Hay grafitis también… 

Afiche del Festival de Toronto.

¿El nombre viene de la página web de poesía? 

Sí, viene de ahí. Yo hablé con Rafael Romero y le pedí permiso para usar ese título. Yo sé que jamás podré tener un título más lindo que el que escribió Rafa.  

Tus películas jalan mucho por los títulos, como… muy poéticos… 

Intento. Pero es muy difícil poder superar el título “te prometo anarquía”. En esta película me nominaron como mejor director en los premios Ariel de México, y en los premios Fénix, que eran como los premios iberoamericanos. 

¿Sigues evitando usar actores profesionales? 

Suelo no usar actores profesionales. Creo que eso da cierta textura de realidad. 

Sobre eso, ¿te inspiras un poco en Reygadas? 

En mi caso creo que viene más bien del neorrealismo italiano, o las películas de Larry Clark y algo de Gus Van Sant. Con gente como Reygadas se actualizó, al menos en México.   

A mí me gusta porque creo mucho en la horizontalidad. A veces cuando tienes un actor muy famoso, se vuelve muy vertical, en tanto que hay un trato vip y ese tipo de cosas. No me siento muy cómodo con esa situación. No creo que tenga que haber un abismo entre un asistente de producción y un protagónico, o de un director con un sonidista. Me siento cómodo comiendo en la misma mesa que todo el crew, no creo que me tenga que separar, o separar a alguien. No concuerdo con esas poses de privilegio. Eso tal vez tenga que ver con la historia de mi abuelo, o qué sé yo, pero bueno…  

Aunque, siento que a los actores profesionales, ahora los concibo como narradores. Es gente que narra a través de su movimiento y de su voz. Y creo que hay proyectos en los que es vital trabajar con ellos. Y hay otros en los que hay ciertas historias en las que no puedes enmascarar a alguien para que pertenezca a un espacio. 

¿Qué es el cine para vos?  

Para mí el cine es imaginar. Es retratar el espacio donde vivo y al que pertenezco, de la manera más humana posible. Intento que mis personajes sean sumamente humanos, que toda mi cuestión política sea narrada a través de lo emocional. Trato de escabullirme del panfleto, del discurso. Siento que lo emocional es la manera más honesta, clara y transparente para hablar de las cosas que incomodan. Para mí es jugar, es narrar y compartir espacios.  

¿Te imaginas regresando a Guatemala para hacer una película pero con un presupuesto como el de Te prometo anarquía? 

Me gustaría que la gente con la que trabajo pudiera ganar como se debe.  

¿Cómo afectaría esto? 

Obviamente la manufactura sería mejor. Habría más iluminación. Siempre la iluminación es lo más caro y lo que hace la diferencia en Latinoamérica; el cine gringo está sobreiluminado, se siente mucho la diferencia.  

Pero también, una parte de mi conflicto, de mi forma de hacer cine… Cómo voy a gastar cierta cantidad de dinero en un lugar donde la gente se muere de hambre. Sobre todo, en la época en la que vivía acá, cómo iba a gastar esas cantidades de dinero cuando los hospitales no tienen medicina… Me genera un conflicto muy fuerte, porque también sé que si la película en Guatemala tiene demasiado presupuesto, la única manera de recuperarlo es que a la película le vaya bien afuera. En Guatemala, es muy difícil que sea una película taquillera y que genere mucho, simplemente porque hay pocas salas de cine. 

Si una película necesita recuperar lo invertido con dinero del extranjero, automáticamente no está pensada para Guatemala. Es lo que me genera un conflicto.  Y aunque yo sé que mi mirada no es tan guatemalteca, porque crecí en México, porque está sesgada por una serie de cosas, creo que mis películas jamás han sido una postal de un lugar; procuro ser muy respetuoso con el espacio, con lo que para mí significa invadir un lugar con una cámara. 

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