septiembre 23, 2024

El matrimonio conceptual de Pámmela Fernández

En esta entrevista podrás conocer los alrededores de la obra de una de las artistas visuales ganadoras de la iniciativa "Espacios 2024" del Ministerio de Cultura y Deportes.
Retrato de Pámmela Fernández. Foto: Carlos Alonzo.
Retrato de Pámmela Fernández. Foto: Carlos Alonzo.

El arte visual, sin un concepto claro detrás, deviene mera decoración. Pámmela Fernández (Guatemala de la Asunción, 1995) se dio cuenta de ello estudiando formalmente Artes Plásticas: no basta con la técnica; el arte es una herramienta para poder decir en imágenes lo que no se puede con palabras, pero hay que saber cómo hacerlo. Las ciencias sociales han enriquecido su quehacer artístico añadiendo un discurso formal detrás del universo visual que ha creado mediante la experimentación en su taller “Invisible”.

¿Cómo nace tu inquietud por el arte?

Mi primera escuela fue mi casa. En mi infancia conté un papá con una mentalidad contestataria. Mi escuela también han sido mis amigos y un par de parejas que han influido en mí. También mi abuelo fue pintor. Desde muy pequeña, a los seis años, mis papás me llevaron a clases de pintura. A mis 14 años, mi abuelo llegaba a mi casa para enseñarme dibujo y pintura.

Entonces, siento que desde muy joven sembraron en mí la semilla del arte. Esto me llevó, a mis 16 años, a estudiar en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), donde me enseñaron las técnicas básicas de las artes plásticas, pero en cuanto a lo poético de la creación, la escuela se quedó corta. Egresada de la ENAP y bajo influencia de mis papás, ingresé a la Usac para estudiar Antropología, sentí que era la carrera más amplia en cuanto a conocimiento humano social. Estudiar Antropología contribuyó asentando un pensamiento crítico y un amor hacia la teoría y a todas las herramientas para observar la realidad de forma diferente.

Durante la pandemia, entré a los centros de estudios con enfoque feminista, “Ímpetu” y “Violetas”, de México. Fue ahí donde conocí la Escuela Materialista Francesa, y pienso que ahí fue donde estalló la comodidad de mi pensamiento hasta ese entonces; esto me hizo visualizar muchas otras realidades y cuestionar las experiencias de vida que he tenido, y creo que mi trabajo está impregnado de todo eso: feminismo, antropología, historia del arte. Me parece que en el momento en que lees todo esto cambia tu pensamiento y posición ante el mundo. Leer a estas autoras para mí fue algo trascendental, una revelación poética.

Fuera de las escuelas, he recibido talleres que han influido en mi manera de producir arte. Uno de los más importantes fue el taller de Pensamiento Creativo con la artista Alejandra Alarcón. También pasé por la escuela Municipal de Arte, en 2016, donde cursé un diplomado de arte contemporáneo. Pero más que todo fue la escuela de pensamiento feminista la que marcó mi manera de producir.

Siempre quise ser artista visual. Cuando fui creciendo me di cuenta de que el arte es un catalizador, y a través de este se pueden encauzar conceptos. Es una herramienta para el discurso; se tiene que pensar qué es lo que se quiere decir y cómo. Más allá de lo técnico del grabado, la foto, la pintura, la escultura, y la moldura de resina (técnica con la que empecé a experimentar por el interés que me produjo la transparencia de ciertos materiales, en mi proyecto Invisible Taller), me interesa el hecho de pensar en un marco conceptual y en los universos semióticos con los cuales poder expresar maneras de sentir, ser y pensar, tanto la realidad individual como la universal.

Platícanos un poco sobre la obra que presentas en Espacios 2024

Sobre mi obra, la instalación El sabor de la memoria, en la parte plástica, nace desde mi espacio Invisible Taller, mediante la experimentación de la moldura con resina. Desde lo conceptual, nace del texto de la escritora y feminista radical Andrea Dworkin, en un escrito llamado Feminismo, arte y mi madre Silvia, donde se cuestiona los saberes aprendidos en que comúnmente predominan las enseñanzas heredadas del padre, y se minimizan las de la madre. En este texto se hacen conscientes y se les otorga valor a las enseñanzas y esfuerzos de las mujeres y las madres en la sociedad, comúnmente invisibilizados por el patriarcado. Es por eso que El sabor de la memoria da importancia a esos saberes invisibilizados: es un homenaje a las mujeres a través del atesoramiento simbólico de las recetas culinarias que algunas de ellas nos han heredado de generación en generación.

Las recetas y platillos que desde el Estado han sido propuestas como Patrimonio de la Nación, en mi obra las encuadro en algo que denomino “matrimonio”, haciendo referencia a la comunión y cuyo origen etimológico es “matriz”; por eso la instalación en cuestión es un cilindro en el que el público se puede introducir dentro de una simulación de la matriz. La obra destaca una diversidad de recetas, muchas heredadas de mi mamá y mis abuelas. También busca cuestionar simbólicamente los saberes y promover una re conexión con las mujeres y el territorio, desde una nueva perspectiva. La encapsulación de las recetas se convierte en un acto amoroso y afectivo que rompe con la misoginia imperante en la sociedad. 

¿Qué sigue después de Espacios 2024? 

Pienso continuar mi línea de trabajo dentro de las artes visuales y enfoques feministas y críticos. Quiero experimentar con el audiovisual y seguir con la escultura y la acuarela. Pienso introducirme en el arte textil y en los métodos análogos de fotografía, como la cianotipia, siempre mezclados con propuestas conceptuales y performáticas. Quiero hacer crecer Invisible Taller y seguir aprendiendo nuevas técnicas dentro de la plástica.