En un acto solemne, la escritora y gestora cultural, Norma Judith Navarro Domínguez de Leiva, representante de la Asociación de Escritores de Suchitepéquez, fue reconocida por sus aportes literarios en favor de la niñez y la juventud del país, y se le concedió el honor del Cambio de la Rosa de la Paz.
La ceremonia fue presidida por el viceministro de Cultura, Rodrigo Carrillo, en el Palacio Nacional de la Cultura.
Descentralizando el arte y la cultura de paz
El viceministro Carrillo destacó la trayectoria de la escritora Navarro y enfatizó el objetivo del Ministerio por descentralizar el arte: “En este acto también es muy representativo que estamos descentralizando el arte, estamos reconociendo la labor de una escritora departamental, de una escritora que ha hecho aportes para la juventud y para los niños, de una escritora que ha formado y que se ha formado.”
La escritora Navarro, al recibir el honor, manifestó: “Pese a todas las tormentas que ha pasado nuestro querido país Guatemala, esta rosa nos recuerda que todos los escritores y personas que hacemos arte nos pronunciamos por medio de las letras y el arte, y que podemos ser portadores de la paz, aún en caminos de desencuentro”.
Reconocimiento y legado literario
Durante el acto, la escritora Navarro recibió el diploma que la acredita como “Mensajera de La Paz” y firmó el Libro de Oro del Palacio Nacional de la Cultura, donde se inscriben los nombres de quienes han sido merecedores de esta distinción.
Los integrantes de la Asociación de Escritores de Suchitepéquez entregaron al viceministro Carrillo ejemplares del libro “Monografía de Mazatenango”, que plasma la historia, costumbres y cultura de la cabecera departamental.
La escritora Navarro es reconocida por su liderazgo en la creación de espacios inclusivos para la niñez y ha sido galardonada con premios como los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango en 2009, y el Premio de Literatura Rafael Landívar, por su trabajo como autora de cuentos infantiles, antologías y manuales educativos.
El origen de esta simbólica ceremonia se remonta a la firma de los Acuerdos de Paz Firme y Duradera en 1996, para reconocer a personas con trayectorias relevantes que contribuyen a una cultura de paz.















