diciembre 7, 2024

Tradición de siglos sigue ardiendo, con fuegos más modernos

Las piñatas de diablos proliferan al acercarse el siete de diciembre…

Al arrancar el mes de diciembre y conforme avanza su primera semana, las calles del Centro Histórico de Ciudad de Guatemala empiezan a llenarse de figuras rojas, con cabezas coronadas con cachos, pies rematados en pezuñas y tridentes en las manos.

Pero no es que ningún apocalipsis se cierna sobre el país, o que se haya abierto alguno de los círculos del infierno del Dante. Es que se aproxima el 7 de diciembre, y con él, la tradicional Quema del Diablo.

En esa fecha, era común que los guatemaltecos sacaran de sus casas cosas que no les servían, y les prendieran fuego en la banqueta frente a ellas. Papeles, ropa vieja y hasta muebles alimentaban los tradicionales «fogarones». La consigna, transmitida de generación en generación, era que el Diablo habita en cada casa, y las fogatas del 7 de diciembre lo ayudan a volver a sus infernales aposentos. Sin embargo, aquella casa que no prenda su fogarón, corre el riesgo de conservar al «chamuco» como indeseable inquilino.

Cambiar basura por diablos en nombre del ambiente

Aunque la tradición persiste, ha mutado en los últimos años, y en vez de quemar basura, los guatemaltecos ahora queman simpáticas piñatas de diablos, que son las figuras que inundan la Zona 1 al acercarse esta fecha.

«Hace unos 15 o 20 años que se empezaron a quemar piñatas en vez de basura por las campañas a favor del ambiente», explica Gustavo Acuña, fabricante de piñatas en la piñatería Dulces Sueños, localizada en la 7ª Avenida y 4ª Calle, Zona 1. «La gente aprendió a ser más consciente», añade. «Antes quemaban colchones, y hasta llantas».

La piñatería de Acuña llama la atención a pesar de no tener ningún rótulo. Un formidable diablo de cuatro metros de altura, con una abismal boca llena de afilados y feroces colmillos de papel bond, saluda a los transeúntes y automovilistas que circulan por la avenida frente al local.

«A veces, los vecinos de toda una cuadra se reúnen; por eso se hacen diablos grandes, porque la gente los quema en grupo», cuenta el maestro piñatero al preguntársele sobre la gigantesca efigie. «Esta vale dos mil quetzales; aunque, por ser nosotros fabricantes, la podemos dejar hasta en Q1,500», añade. «Y puede haber más grandes; una vez hicimos una de ocho metros», concluye Acuña.

Por supuesto, hay piñatas para todos los gustos y bolsillos. En la piñatería Pinocho, situada frente al Parque Colón, se alinean piñatas de todos los tamaños. «Las más pequeñas valen quince quetzales, y las medianas veinticinco y treinta y cinco quetzales», cuenta Ailin Castañeda, quien labora en la piñatería. «Aunque las que son un poco más grandes oscilan entre trescientos y setecientos quetzales». Y el producto tiene demanda: «En los últimos días hemos vendido tres mil piñatas de diablos y esperamos vender por lo menos 1,500 más de aquí a mañana que se hacen los fogarones», nos dice Acuña.

Un oficio complejo, una tradición de larga data

Elaborar piñatas es un arte que se transmite de generación en generación, acota Acuña, y se realiza en tres etapas. Primero se elabora la armazón con alambre, luego se realiza el empapelado, en el que dicha estructura básica se cubre con papel reciclado de periódicos viejos y oficinas que venden folios que ya no les sirven. Por último viene la fase conocida como el «vestido», donde la piñata cobra vida gracias a los adornos de papel de colores. Hasta ocho personas trabajan en la piñatería Dulces Sueños, rotándose en distintos turnos para elaborar las figuras.

 

Los orígenes de la Quema del Diablo pueden rastrearse hasta el período colonial. «La tradición de la quema del diablo se inició primero como una forma de iluminar la Virgen de la Inmaculada Concepción, que es el 8 de diciembre», cuenta el doctor Ángel Valdés, director de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

 

«Esto derivó con el tiempo en unas fogatas muchísimo más grandes, que tuvieron su esplendor en la primera mitad del siglo veinte, hasta los años ochenta, y luego empezaron a decrecer», dice el historiador. «Esto se debió al discurso ecológico y contra la contaminación, pero también a que la gente dejó de ser católica y empezó el crecimiento de las iglesias evangélicas protestantes», prosigue Valdés. Añade que «ahora la gente quema una piñata y cohetes como remembranza de aquello que sucedió». Un fascinante arco narrativo para una tradición guatemalteca que sigue ardiendo –real y metafóricamente– sin importar el paso de los siglos.

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