Guatemaltecos se dedican cada diciembre a la compraventa de distintos artículos ornamentales.
Montañas de aserrín de todos los colores, figuritas de pastores, ovejas y sabios de oriente, largas tiras de pino, manzanilla y bricho sintético, y tiras y tiras de luces de todos los colores, con frecuencia acompañadas de toda clase de melodías sintéticas que se mezclan entre sí en una cacofonía formidable. Adentrarse por los corredores de un mercado navideño en el centro histórico de Ciudad de Guatemala es como zambullirse en el país de las maravillas de Alicia. Algo así como un sueño.
Una característica esencial de los sueños es que cambian, adoptando sin parar una forma tras otra, y las tradiciones que los guatemaltecos han cultivado a través de las décadas no son inmunes al paso del tiempo, van cambiando su expresión al ritmo vertiginoso de los tiempos.
«Se están haciendo muy pocos nacimientos», dice José Ávila, quien vende figuras para estas tradicionales escenografías, y también vende vestiditos para ataviar al niño Dios, a José y María en los nacimientos, en su bazar navideño de la 6ª calle de la Zona 1. «La juventud de ahora ya no tiene la misma tradición ni las mismas creencias», prosigue, y añade que «el cristianismo ha evolucionado grandemente».
Además, tanto Ávila como otros vendedores comentan que ahora hay más interés en colocar arbolitos de Navidad —una tradición anglosajona que empezó a enraizarse en los años ochenta del siglo pasado— que en armar los nacimientos, una tradición que decae lentamente.

Cambios generacionales
Carlos Salvador Lemus, que hace sus compras de adornos navideños en compañía de su esposa Marta, confirma lo anterior. «Por nuestra edad todavía tenemos esas costumbres», dice. «Los jóvenes ya no lo hacen, pero no les vaya a ofrecer un celular porque lo toman», concluye sonriendo.
Las alegres lucecitas de colores también dan cuenta del cambio en las tradiciones. «Ahora la gente busca los nuevos estilos», informan los vendedores del mercado navideño del Paseo de las Letras, en la 19 calle, Zona 1. Estos estilos incluyen estrellas grandes llenas de luces, y el estilo en cascada, similar al que la municipalidad utiliza desde hace algunos años para adornar la Sexta Avenida de la Zona 1. «Por eso es que siempre tratamos de traer algo nuevo», confirma Ingrid Pichí, vendedora en el Bazar Navideño de la Sexta Calle, «las luces de antes, aquellas que tenían púas de plástico, esas ya dejaron de venir».
En cuanto a precios, hay para todos los bolsillos. Desde los Q2.00 que cuesta una medida de un guacalito de aserrín de colores, hasta los Q450.00 que se pagan por una pareja de venados de mimbre. Se pueden encontrar cajas de bombitas plásticas pequeñas para adornar el árbol de Navidad por Q10.00, mientras que hay cajas medianas de entre Q30.00 y Q70.00, y cajas de bombitas grandes de Q130.00.
En lo que concierne a las luces —posiblemente el artículo más variado—, Pichí vende los juegos más económicos: 50 luces (extendidas miden 3 metros) por Q15.00, pero vende hasta 1,000 luces (100 metros de longitud) por Q250.00. Por su parte, en el mercadito del Paseo de las Letras, las novedosas luces en cascada llegan a costar hasta Q375 por cada tira de mil luces. Y a lo largo de toda la 18 Calle, en diversos puestos, se encuentran juegos de luces normales de entre Q35.00 y Q75.00, de 100 y 300 luces, respectivamente.

Artículos para todos los gustos
Hay tiras de manzanilla por Q15.00, y coronas de pino por Q35.00. Y, quizás lo más curioso y variado, los precios de los primorosos vestiditos que vende Ávila. Desde la talla triple —explica mientras saca un vestido diminuto—, que se podría colocar en el pulgar y que cuesta Q20.00, hasta vestidos de una vara de largo, para vestir vírgenes y San Josés, a Q375.00, y una amplia gama de precios y tamaños entre ambos extremos. Aunque la tradición se transforme lentamente, hay gente que no la abandona. «Hay personas que tienen hasta siete niños Dios», cuenta Ávila.
Ciertamente los nuevos tiempos y las nuevas generaciones traen desafíos para los vendedores de artículos navideños, pero estos siguen con su negocio como cada fin de año, con optimismo y buen ánimo. Como explica José Ávila con una sonrisa, «hay días buenos y excelentes. Días malos, no hay».





